domingo, 9 de julio de 2017

Compañero

Me acosté en el piso y me quedé viendo debajo de la cama.

Y entre la oscuridad vi que ahí se encontraba, dormido, el peludo ser que tenía el ingrato trabajo de asustarme por las noches.

Despertó y me vió a los ojos.
 Y lo ví por primera vez.
 
Yo sabía de su existencia, lo escuchaba e incluso sentí su respiración.
 Pero nunca le había visto.

¿Qué pasó contigo?
 ¿Dónde te metiste todos estos años?

Aquí estuve siempre, me dijo.
 Es solo que tú me olvidaste.
 Me quedé dormido.

Le tendí la mano y le invité a salir.
 Y así platicamos por horas, tendidos en el piso.
 El monstruo de abajo de la cama y yo.

Finalmente se despidió y abandonó mi casa pues ya no había niños que aterrorizar.

Creciste, me dijo;
no dejes de hacerlo y hazme sentir orgulloso de tí.
Que tus lágrimas de miedo y coraje hayan servido de algo.

Sigue creciendo. Ya puedo irme de aquí.

Le abracé y acompañé a la puerta.

Salió, dió la vuelta y me dijo adiós.

Y adiós le dije al monstruo que vivió debajo de la cama.

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